De todas las formas de afrontar un disco, Puput eligieron la suya. Nada se parece a Puput y Puput, desde sus inicios, no se parecen a nada de lo que hayas escuchado anteriormente.

En su ya dilatada andadura (es su cuarto disco), han zigzagueado por caminos sinuosos, bosques oníricos y espacios dónde el amor y la muerte se dan la mano. Siempre salieron victoriosos y la travesía ha continuado haciendo crecer su personalidad y dando como resultado su disco más orgánico, más directo y más potente. Decir “más personal” rozaría el absurdo en una banda que no tiene miedo a decir que la gran premisa que nunca han perdido de vista es que su música sea un diálogo directo con Dios.

Alejados de las modas y sin nada que perder, Puput (2º trabajo homónimo en su carrera) ha sido madurado a fuego lento y grabado por Borja Pérez, quién aporta frescura y un sonido aún más crudo y directo si cabe. Es su primer disco dónde no hay guitarra eléctrica. Su lugar, en vez de echarse de menos, se llena de texturas y sonoridades que aportan principalmente la acústica y los teclados/sintetizadores. Es increíble que suenen más consistentes que nunca. Las bases rítmicas son más duras, más presentes y reales. La voz teje melodías imposibles que nos hacen volar por dentro. Teclados y sintetizadores hacen de cojín pero son más protagonistas que en anteriores entregas. Juegan con la voz, la esconden, sorprenden. La nube de reverberación parece dejar ver el cielo más claro que nunca.

Puput es un proyecto que emana sinceridad y que demanda una mayor atención. Su música no es de fiesta mayor, es alimento para el alma. Es amor, es muerte, deseo, miedo, obsesión, tierra. Un latido orgánico, de una pureza cristalina, con mil matices según el ángulo con el que aproximes la luz. Es la raíz sucia de la tierra y la hoja columpiándose con la brisa marina.